Tuesday 19 June 2012

FÁBULA E RODA DOS TRÊS AMIGOS



Henrique,
Emílio,
Lorenzo.
Estavam os três gelados:
Henrique pelo mundo das camas;
Emilio pelo mundo dos olhos e das feridas das mãos,
Lorenzo pelo mundo das universidades sem telhados.

Lorenzo,
Emilio,
Henrique.
Estavam os três queimados:
Lorenzo pelo mundo das folhas e das bolas de bilhar;
Emílio pelo mundo do sangue e dos alfinetes brancos;
Henrique pelo mundo dos mortos e dos jornais abandonados.

Lorenzo,
Emílio,
Henrique.
Estavam os três enterrados:
Lorenzo em um seio de Flora;
Emílio na hirta genebra que se esquece no copo;
Henrique na formiga, no mar e nos olhos vazios dos pássaros.

Lorenzo,
Emílio,
Henrique,
foram os três em minhas mãos
três montanhas chinesas,
três sombras de cavalo,
três paisagens de neve e uma cabana de açucenas
pelos pombais onde a lua pousa plana sob o galo.

Um
e um
e um.
Estavam os três mumificados,
com as moscas do inverno,
com os tinteiros que o cão urina e o vilão despreza,
com a brisa que gela o coração de todas as mães,
pelas brancas quedas de Júpiter onde os bêbados merendam a morte.

Três
e dois
e um.
Eu os vi perdidos chorando e cantando
por um ovo de galinha,
pela noite que mostrava seu esqueleto de tabaco,
por minha dor cheia de rostos e pungentes lascas da lua,
por minha alegria de rodas dentadas e látegos,
por meu peito turvado pelas pombas,
por minha morte deserta com um só passeador equivocado.

Eu havia matado a quinta lua
e bebiam água pelas fontes os leques e os aplausos,
Leite morno encerrado das recém-paridas
agitava as rosas com uma larga dor branca.

Henrique,
Emílio,
Lorenzo.
Diana é dura
mas às vezes tem as tetas nubladas.
Pode a pedra branca pulsar com o sangue do cervo
e o cervo pode sonhar pelos olhos de um cavalo.

Quando se fundiram as formas puras
sob o cri-cri das margaridas,
compreendi que haviam me assassinado.
Percorreram os cafés e os cemitérios e as igrejas,
abriram os tonéis e os armários,
destroçaram três esqueletos para arrancar seus dentes de ouro.
Já não me encontraram.
Não me encontraram?
Não. Não me encontraram.
Porém se soube que a sexta lua fugiu torrente acima,
e que o mar recordou de imediato
os nomes de todos os seus afogados.

Friday 15 June 2012

FABULA Y RUEDA DE LOS TRES AMIGOS


Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Estaban los tres helados:
Enrique por el mundo de las camas;
Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos,
Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres quemados:
Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar;
Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos;
Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique.
Estaban los tres enterrados:
Lorenzo en un seno de Flora;
Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso;
Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros.
Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
fueron los tres en mis manos
tres montañas chinas,
tres sombras de caballo,
tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas
por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo.
Uno
y uno
y uno.
Estaban los tres momificados,
con las moscas del invierno,
con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano,
con la brisa que hiela el corazón de todas las madres,
por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos.
Tres
y dos
y uno.
Los vi perderse llorando y cantando
por un huevo de gallina,
por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco,
por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna,
por mi alegría de ruedas dentadas y látigos,
por mi pecho turbado por las palomas,
por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado.
Yo había matado la quinta luna
y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos,
Tibia leche encerrada de las recién paridas
agitaba las rosas con un largo dolor blanco.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo.
Diana es dura.
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra blanca latir con la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que cl mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.


 Federico García Lorca